Hace mucho tiempo que no pasaban por aquí pero creo que ha llegado el momento de retomar aquellos post sobre acontecimientos curiosos y/o sorprendentes de la historia, además, como diría el borbón "... en estas fechas tan señaladas..." pues como que apetece desconectar un poco.
Hoy, por ser el primero, traemos dos (y porque uno es muy cortito). El primero nos muestra de qué forma más sencilla y absurda se puede frustrar un intento de suicidio, y es que tenemos a Elvita Adams (víctima de una depresión) en una terraza de la planta 86 del Empire State Building, el 2 de diciembre de 1979. Me imagino que tras sopesarlo bastante decide lanzarse al vacío, con tal mala suerte (depende) que una potentísima ráfaga de viento la vuelve a introducir al edifico por una ventana del piso 85, eso sí, con una luxación de hombro. Si me lo permitís, creo que la noticia habría sido todavía más sorprendente si la hubiese introducido por una ventana del piso 87.
La segunda es un poco más sorprendente y nos muestra cómo llegamos a establecer una relación causal entre la avería de un coche y el sabor del helado que compremos.
(como diría el cuento) Hace muchos, muchos años, vivía en una lejana ciudad de EEUU un hombre que habíase comprado un coche, pero no cualquier coche, un Pontiac modelo 99, coche que empezó a darle problemas, no muy graves pero sí desconcertantes. Una primera misiva a General Motors (fabricante del coche lógicamente) no fue atendida, por lo que envió una segunda. En ella relataba cómo en su familia había una tradición fuertemente arraigada que se había puesto en peligro por culpa del dichoso coche, y es que SIEMPRE, tras la cena se desplazaba a una heladería (entiendo que no muy cercana pues era necesario trasladarse en automóvil) a comprar helado. Y aquí es cuando entró en detalles que desconcertaron al personal del departamento de quejas y asuntos varios, cuando el helado era de chocolate, fresa, o cualquier otro sabor distinto a vainilla no había problema alguno, hasta que el helado era de vainilla, en ese caso el coche, tras intentar iniciar la marcha, no había nada que hacer, el automóvil se quedaba paralizado y era imposible arrancarlo.
La carta, como era de suponer, suscitó las risas entre el personal del departamento, tantas que finalmente llegó una copia al presidente de la compañía. Al enterarse del caso mandó a un ingeniero a realizar pruebas in situ con el coche, y efectivamente, acompañó en diversas ocasiones al propietario del vehículo a la tienda de helados y sí, cuando el helado adquirido era de vainilla el coche no arrancaba. Lógicamente el caso se convirtió en una obsesión para el ingeniero, quien empezó a hacer el recorrido una y otra vez anotando todos los detalles posibles... y a las dos semanas dio con el problema.
Diose cuenta que la compra de helado de vainilla requería mucho menos tiempo que el resto de helados pues su ubicación en la tienda era la más cercana al aparcamiento, eso provocaba que el coche no se enfriase completamente, los vapores del combustible no se disipasen e impidiendo que el motor arrancase inmediatamente.
A partir de este momento General Motors cambió el sistema de alimentación de combustible en las series posteriores a este modelo, arregló el problema del vehículo de este individuo y le regaló, además, otro automóvil.
A partir de entonces una circular interna de la compañía conminaba a los empleados a tramitar cualquier queja, por extraña que pudiese parecer pues (literal) "...puede ser que una gran innovación esté detrás de un helado de vainilla..."
Y colorín colorado...
Hoy, por ser el primero, traemos dos (y porque uno es muy cortito). El primero nos muestra de qué forma más sencilla y absurda se puede frustrar un intento de suicidio, y es que tenemos a Elvita Adams (víctima de una depresión) en una terraza de la planta 86 del Empire State Building, el 2 de diciembre de 1979. Me imagino que tras sopesarlo bastante decide lanzarse al vacío, con tal mala suerte (depende) que una potentísima ráfaga de viento la vuelve a introducir al edifico por una ventana del piso 85, eso sí, con una luxación de hombro. Si me lo permitís, creo que la noticia habría sido todavía más sorprendente si la hubiese introducido por una ventana del piso 87.
La segunda es un poco más sorprendente y nos muestra cómo llegamos a establecer una relación causal entre la avería de un coche y el sabor del helado que compremos.
(como diría el cuento) Hace muchos, muchos años, vivía en una lejana ciudad de EEUU un hombre que habíase comprado un coche, pero no cualquier coche, un Pontiac modelo 99, coche que empezó a darle problemas, no muy graves pero sí desconcertantes. Una primera misiva a General Motors (fabricante del coche lógicamente) no fue atendida, por lo que envió una segunda. En ella relataba cómo en su familia había una tradición fuertemente arraigada que se había puesto en peligro por culpa del dichoso coche, y es que SIEMPRE, tras la cena se desplazaba a una heladería (entiendo que no muy cercana pues era necesario trasladarse en automóvil) a comprar helado. Y aquí es cuando entró en detalles que desconcertaron al personal del departamento de quejas y asuntos varios, cuando el helado era de chocolate, fresa, o cualquier otro sabor distinto a vainilla no había problema alguno, hasta que el helado era de vainilla, en ese caso el coche, tras intentar iniciar la marcha, no había nada que hacer, el automóvil se quedaba paralizado y era imposible arrancarlo.
La carta, como era de suponer, suscitó las risas entre el personal del departamento, tantas que finalmente llegó una copia al presidente de la compañía. Al enterarse del caso mandó a un ingeniero a realizar pruebas in situ con el coche, y efectivamente, acompañó en diversas ocasiones al propietario del vehículo a la tienda de helados y sí, cuando el helado adquirido era de vainilla el coche no arrancaba. Lógicamente el caso se convirtió en una obsesión para el ingeniero, quien empezó a hacer el recorrido una y otra vez anotando todos los detalles posibles... y a las dos semanas dio con el problema.
Diose cuenta que la compra de helado de vainilla requería mucho menos tiempo que el resto de helados pues su ubicación en la tienda era la más cercana al aparcamiento, eso provocaba que el coche no se enfriase completamente, los vapores del combustible no se disipasen e impidiendo que el motor arrancase inmediatamente.
A partir de este momento General Motors cambió el sistema de alimentación de combustible en las series posteriores a este modelo, arregló el problema del vehículo de este individuo y le regaló, además, otro automóvil.
A partir de entonces una circular interna de la compañía conminaba a los empleados a tramitar cualquier queja, por extraña que pudiese parecer pues (literal) "...puede ser que una gran innovación esté detrás de un helado de vainilla..."
Y colorín colorado...
Preciosos relatos los dos. Aunque el primero me parece bastante invención en tanto que en los rascacielos de New York, y del Empire State también, es imposible abrir una sola ventana y no hay posibilidad de hacerlo salvo metiendo un avión de 700 pasajeros desde el exterior.
ResponderEliminarEl segundo es genial. Y sigue habiendo cosas similares en los actuales automoviles pero por culpa de la electrónica. Como todos son ahora con todo eléctrico resulta que cuando le da la gana al coche bloguea una puerta y no hay quien la abra. Y diez minutos más tarde, sí.
Lo del Elvita tiene que ser frustante, no hay derecho.
ResponderEliminarFlipa colega, que diría Bartolo Simpson.
ResponderEliminarEso de los coches si que es jodienda Tella, sobre todo cuando aparcas cerca de la ruta de coches oficiales, cuando pasa uno de ellos ya no hay quien abra los coches y mucho menos aún arrancarlos.
ResponderEliminarY encima levantas el capó y no puedes más que rellenar el lavaparabrisas y toca pasar por caja y el taller.
Es para escribir un libro entero Mamuma...
ResponderEliminarMaribel, por un momento pensé que me ibas a hablar del alcalde.
ResponderEliminarHoy tocaba descongestionar...jejeje